sábado, 17 de enero de 2015

Sin reposo para el guerrero…


…porque se yergue antes de tocar el suelo, cuando casi se convence de que las fuerzas le abandonan; porque preocupaciones, ocupaciones y dolores, aparejados a la vida misma se acumulan y pasan la cuenta ahora o después; sin remedio. Pero si queda un hálito, será para persistir en la cruzada. Por eso, a tiempo y sin titubeos nuestra directora Alina Rosell Chong, optó por deponer con elegancia su cargo, como quien abdica por convicción, después de cuatro años como corresponsal jefa de la Agencia de Información Nacional (AIN), en Cienfuegos, y algo más de una década de directora en el periódico CINCO de Septiembre.

Si bien los puestos de dirección le apaciguaron las lides del Periodismo, no fueron pocos quienes nos alimentamos de su experiencia como profesional; y aprendimos que dirigir no significa levantar la voz, ni señalar con saña, sino una suerte de equilibrio entre la autoridad y el respeto; la enseñanza y la transparencia; la paciencia y la perseverancia; encontrarse y allanar; dispensar una segunda oportunidad; regalar un voto de confianza; conceder el don de la claridad; disponer del tino y el conocimiento para tratar a cada individualidad como cada quien lo requería, o manejar una situación, por delicada que fuera, con la justicia y la prudencia como antecedentes inviolables.

Y si fue difícil ser subalterna/amiga, directora/amiga, binomio que coincidimos en compartir, Alina inventó el equilibrio de todo eso, lo manejó con destreza y ninguna de las dos podremos decir a ciencia cierta si seguimos siendo las adolescentes de noches de juerga o las profesionales ante los rigores de esta profesión, en la que día a día nos jugamos el honor, el prestigio, la vida.

La adversidad y amargura personales las llevó con el donaire de los seres de luz, sin dramas ni catastrofismos, combinando su naturaleza humana y profesional con voluntad y arrojo; sin mella para quienes cada viernes abrieron el CINCO sin conocer qué hubo detrás.

De distinciones, reconocimientos, homenajes, atributos, honores, se encargarán de hablar y/o escribir otros; prefiero contar sobre Alina más que como MI directora de la AIN y del Periódico, con la Alina de las amistades juveniles; en la sobrevivencia de los años felices y también de los duros; a la magia de crecer y cambiar juntas en los avatares de la existencia.
Y de repente, el tiempo que creíamos eterno se acorta, y nos damos cuenta cuántos sueños quedaron por cumplir, y los que aún están esperando por nosotros, a pesar de las cifras.
Después del paréntesis y la pausa merecida te esperamos como siempre..., Alina, compañera y amiga; Rosell, con la fuerza que te imprimió el ADN de Diego, y Chong, con la ecuanimidad y la calma asiática que te aportaron los genes de Alicia.
No habrá reposo para el guerrero.

jueves, 23 de octubre de 2014

José de las batallas

Por Emma Sofía Morales

No es preciso escribir mucho para conocerle mucho. Hay obras que hablarán por sí mismas de cuanta traza dejó por la vida para quienes fue amigo, maestro y consejero. O de la pasión que estrujó a diario en el arduo camino de la cultura de esta ciudad como acucioso investigador, conferencista, escritor y poeta; sacerdote, profesor, biógrafo, ensayista, bibliógrafo, humanista, bibliotecario…, en una existencia fecunda y sin descanso, que resultó escasa para realizar tanto sueño en los 61 años que estuvo.

José Díaz Roque no dejó de sorprendernos ni con la misma muerte, acaecida el último 22 de octubre en una maniobra maestra, sutil y vertiginosa, cuando muchos suponíamos que la engañaría con toda su sagacidad, con la misma sabiduría empuñada para fundar y crear.

Desde un reducido sitio en la biblioteca provincial Roberto García Valdés, donde echó raíces, tendió puentes y cultivó pensamientos, Jose expandió erudición y laboriosidad tal, que escasearían vocabulario y espacio para nombrarlas y no pecar de omisiones dentro una existencia imprescindible y abruptamente inconclusa.

Martiano arraigado y convencido, quijote incansable en defensa de la cienfuegueridad, de su intelecto y talento brotaron las áreas especiales para ciegos de las bibliotecas públicas cubanas, proyecto primigenio prolongado más tarde en otros como la fundación de la revista cultural Ariel, de la cual fuera director y dejaría al pairo, solo cuando los sentidos dejaron de responderle. Artífice de eventos en torno a la figura de Carlos Rafael Rodríguez y Samuel Feijóo.

Omnipresente en el quehacer de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Unión Nacional de Historiadores de Cuba, el Centro provincial del Libro y la Literatura, la Sociedad Cultural José Martí, el Consejo Científico de Cultura en la provincia, el Centro de Promoción e Investigación Literaria Florentino Morales, el Contingente Cultural Juan Marinello, entre otros muchos, conocieron sus denuedos como intelectual de vanguardia.

En solitario o en coautoría con otros intelectuales nos deja como herencia un abultado dossier de títulos de poesía, ensayo, crítica literaria, narrativa…,y para honrar su esfuerzo distinciones y reconocimientos nacionales e internacionales como el Premio Jagua, el de mayor rango dentro de la cultura local, así como también en concursos nacionales y locales.

Observador, crítico, de silencios sobreentendidos, analítico y reflexivo, fue capaz de comunicar y responder solo con la mirada, de vencer con el silencio o el gesto, convencer con una palabra sola, vestirse con armadura de ideas, provocar el intercambio que enriquece, dejar la piel en cada batalla, sin ruidos ni excesos …

Para quienes lo conocimos desde los años juveniles y conservamos el mote que nos endilgó y llevaremos de por vida, siempre estará ahí, tras el pequeño buró de la biblioteca; aferrado a una vieja máquina de escribir; parapetado tras una humeante taza de café; envuelto en el humo de un cigarro sempiterno y peligroso; disertando sobre lo humano y lo divino; apasionado y rotundo.

Tal vez, Jose merecía la oportunidad de escribir su propio obituario, no una crónica inconclusa y magra incapaz de atrapar la vastedad de su carácter escrita por alguien bajo el peso de lo insólito y la amargura que aún no interioriza la realidad de su muerte.

Nadie como él lo hubiera hecho mejor.

lunes, 11 de agosto de 2014

Arquitectos de la personalidad ajena


“Hay un sentido universal que descansa como armonía bajo cada diferencia”.
Manuel Mendive


Por: Emma Sofía Morales

Con la mejor de las intenciones, (o no tan mejores) por las buenas, a veces, y con frecuencia por las malas, abundan quienes se empeñan en imponer al resto sus patrones de conducta, credo, pensamiento, desempeño, comportamiento, modo de actuar; pautas estrictamente personales, tomadas como verdades absolutas y absolutamente correctas. Poseen sus propias leyes y pretenden sembrárselas por la fuerza y sin método al “diferente”, porque “así es como debe ser”.

En tiempos de tolerancias y reivindicaciones a la diversidad, el respeto a la individualidad sigue como asignatura suspensa y sin el menor atisbo de mejorar en el entorno de las relaciones interpersonales. Ya escribí algo parecido en otra oportunidad, pero percibo cómo todo aquello adquirió forma gaseosa. Tómese este nuevo intento, como una especie de (re)catarsis, que es a la vez, una voz dentro de un coro que clama por lo mismo, y en última instancia, como un grito de auxilio.
Hasta donde alcanza mi poder de observación —y sin pretensiones de convertir este comentario en un análisis científico— la intrusión en la forma de ser y del temperamento ajeno no parece clasificar dentro del respeto a la diversidad, la cual ya superó cuestiones como el tratamiento a la discapacidad, la desigualdad de género y otras de larga data y arraigo como la discriminación religiosa, racial o sexual, vistas ya (aunque aún insuficiente) desde la aprobación/aceptación, a la forma de ser “del otro” en el entramado de la sociedad.

Lamento el esfuerzo de especialistas, estudiosos y excavadores del comportamiento humano, enfocado en el contexto social, judicial y de salud. Advierto, cómo investigaciones y tratados sobre el tema puestos en la mira de consagrados científicos se quedan en la nada…, nada de aplicarse como ha de ser. Me cuestiono dónde quedó aquella elemental caracterización psicológica de los tipos de caracteres que por tanto tiempo manejaron terapeutas, psicopedagogos y otros interesados en la conducta: a saber: flemático, sanguíneo, colérico, melancólico.

Porque la diferencia también pasa por la personalidad, que genética o adquirida, viene con el individuo o se arraiga por diversas razones. El respeto a ese espacio debería incorporarse como norma elemental de convivencia, de comportamiento propio del ser social civilizado.

Por fortuna para muchos, pasaron a mejor vida las falsas unanimidades, no obstante, las intenciones de uniformar y hasta masificar el carácter todavía están ahí: en la casa, el barrio, la escuela, el trabajo, en cualquier acción interactiva. Si todos tuviéramos la vocación para el arte, la ciencia no tendría discípulos, si todos prefirieran las matemáticas, las humanidades serían materia ociosa, si todos fuéramos extrovertidos, el entorno se volvería un caos, si no existieran los polos negativo y positivo, la física perdería una de sus teorías más interesantes; si nos comportáramos de igual manera, en el mejor de los casos, el mundo sería aburridísimo.

Para el eminente científico Albert Einstein —a quien por mucho tiempo consideraron subnormal por su aura silenciosa y tímida— “todo el mundo es un genio; pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar un árbol, pasará el resto de su vida creyendo que es un idiota”.

Si “el diferente” se rige por las normas que dicta la razón, el entendimiento, las leyes jurídicas y de convivencia siente agredido e invadido su espacio por quienes se empeñan en tornarlo de otra manera. “Déjame tal como soy”, parece clamar el asediado por reformadores empíricos de personalidades diferentes a las suyas, inexplicándose por qué pretenden convertirlo en “otro(a)” sin que “el otro (a)” acepte su diferencia.

El maltrato psicológico, con todo lo que este acarrea de humillaciones, menosprecio y sufrimiento —infringido consciente o inconscientemente—; el acoso y hasta la crueldad, abrigan sutilezas entre los arquitectos y organizadores de la conducta ajena. Solo basta arrancarles el disfraz.

miércoles, 16 de julio de 2014

Una trampa que salva



  Cuando se apodera del escenario y emite la primera nota, Ivette Cepeda deja al auditorio suspendido en el espacio; unifica las edades, se vale de una habilidad indescifrable para encontrar un denominador común y expandir una inteligencia musical reservada solo para figuras que ya sobrepasan la leyenda.
  No existe género popular que se resista a su voz de timbre insólito, amplio registro, potente y clara, que sabe mezclar con una proyección escénica emotiva y sin artificios.    
  Experta en la fusión de ritmos de cualquier latitud, volvió este domingo al teatro Tomás Terry de Cienfuegos, y a los cienfuegueros que saben encontrar dónde está lo bueno. El Festival Boleros de Oro abrió un espacio para este concierto, que, no sin nostalgia, ahondó en la prevalencia de su espíritu.
  Acompañada por el grupo Reflexión,  sobrepasó la emotividad de la bolerística más auténtica en piezas del repertorio clásico de ese género, con una tesitura pulida y abundante en matices, que maneja a su antojo sin el más mínimo recato.
  Lució maestría en piezas clásicas de Martha Valdés, Bola de Nieve, Juan Formell, entre otros, y ese himno obligado en cada concierto y devenido indispensable en su voz, al que Orlando Vistel titulara Si yo hubiera sabido; en tanto se desdobló experta en rescatar y a la vez concretar el embrujo perdido del intérprete dentro del panorama de la música cubana.
  Ivette Cepeda tiene boleto seguro para invocar  lo emotivo, deslumbrar al auditorio y arrastrarlo a una trampa salvadora de la que no se sale después de haberla escuchado. Es este un motivo suficiente para que no le quede otro remedio que regresar a Cienfuegos, una y otra vez, para hechizar a quien le escucha con la  habilidad con que desparrama su torrente vocal y una clase congénita, difícil de imitar en los tiempos que corren.

martes, 20 de agosto de 2013

Toledo, desde lo afectivo

Imagen recurrente aquella, rodeada del humo de un cigarro con aroma a tabaco rubio y la mirada sabe Dios dónde, como buscando respuestas a una eterna maraña filosófica la de este hombre parsimonioso y de escasas palabras.
Gabriel Toledo Toledo terminó sus días este 18 de agosto tras siete décadas de paso por la vida y haber sido reconocido por sus colegas de la prensa como un camarógrafo fundacional.
Quien lo vio activo en sus últimos tiempos con una moderna cámara al hombro al acecho de la noticia, tal vez no lo imaginó con aquel artefacto primitivo y obsoleto ya, con que comenzara a gatear por el mundo de la imagen: una camarita para películas de 16 milímetros, ahora propia de un museo, con la cual filmara acontecimientos gigantes.
Prueba de fuego, literalmente hablando, y tal vez la de mayor aspereza, resultó su ejercicio como corresponsal de guerra cuando Angola ardía en uno de sus más tórridas circunstancias. Mientras en pleno combate las armas escupían metralla, filmaba imágenes para la posteridad y se preguntaba si habría otra oportunidad para salir con vida, Rina, la esposa, disimulaba la angustia y Yumara crecía en su vientre.
Solo quienes lo conocimos de cerca y a fuerza de preguntas provocadoras amparadas tras la familiaridad y el afecto de tantos años de lidiar juntos con el oficio del periodismo fuimos capaces de saber lo que escondía el hombre, casi un artífice de la modestia enmascarada en apariencia enigmática.
Por eso no estoy en capacidad de detallar su paso por la Lucha Contra Bandidos cuando apenas se le escapaba la niñez, las jornadas de vigilia en cada trillo del Escambray; el anecdotario que acumuló como trabajador de la televisión, el racimo de condecoraciones que ganó silenciosamente en su andar por esa existencia abundante de aconteceres, su magisterio en el tratamiento de la imagen, el talento para armar versos en décima para rendirle honores a su origen campesino... cuánto más, no sabría añadir.
Seguro no se avergonzaría o me perdonaría se falto a su deseo, si hago público que cuando restaban poco minutos para que el oxígeno no diera remedio a sus maltrechos pulmones y presintiera en final, pidió a Rina que lo levantara, lo sentara frente a las puertas abiertas del balcón y pidiera al cielo que se terminaran las guerras y la maldad del mundo.
Toledo merece otra mirada; una mirada desde lo objetivo y no solo una crónica (esta crónica) de alguien a quien se le escurrió el oficio para escribir desde lo afectivo a riesgo de ser incomprendida y tachada de olvidadiza. Pero no me queda de otra Toledo, aquí va mi crónica, desde el sentimiento todo, y lamentando no ser poeta para evocarte en imágenes

lunes, 25 de febrero de 2013

Los cubanos dicen…

El uso de los llamados “dichos” o “dicharachos”, dentro del lenguaje forma parte de la comunicación entre los seres humanos. Los cubanos no están ajenos a tal fenómeno y pudieran aportar todo un tratado en la materia. No importa dónde estén, cuál sea su procedencia, formación académica, cultura o estrato social. Pudiera considerarse como una característica inherente a la nacionalidad, de fuerte arraigo en el habla popular, y de alguna manera constituye algo así como un gen común cuando del idioma se trata.


Aun cuando estas herramientas idiomáticas no estén presentes permanentemente durante una conversación entre personas nacidas en la isla caribeña, existe algún momento en el cual hacen su aparición por cualquier motivo. Casi siempre son simpáticos y detrás de ellos existe una historia que los sustenta y justifica. Aquí van algunos de ellos, bastante extendidos y que la generalidad entendería como aparece consignado entre paréntesis:


Es calcañal de indígena. Camina con los codos. (Es tacaño)

Dale pirey (Bótalo, dile que se vaya, elimínalo)

Eres más rollo que película (Eres tremendo alardoso)

Saca el cloche y desembucha (Déjate de rodeos, concreta y habla).

Es mala chicha. (Es mala persona)

Hoy tiene el moño virado. (Está de mal humor)

Es novenero (a). Lo mismo apunta que banquea (Es bisexual)

Cantó el manisero. (Se murió)

Le cayó comején al piano. (La situación se puso mala por cualquier motivo)

Está quimba’o. (Está demente, enloqueció)

Empina el codo: (Es adicto al alcohol)

Tiene tremendo desamparo textil . (Está escaso de ropa)

Se da lija. (Se cree importante)

Es bambollero . (Presume de lo que no tiene)

Se hace el largo. (Se demora en cumplir con algo o alguien)

Metió la pata (Se equivocó)

Se mantuvo en sus 13 ( Permaneció intransigente)

Estar en la fuácata. Estar bruja (carecer de dinero.


Hay más, por supuesto, y las condiciones propias de la vida, el desarrollo tecnológico, otros avances y circunstancias, aportan lo suyo en este fenómeno sobre el cual seguiremos tratando.



Una transfusión de sangre para el dolor de muelas

No pude evitar escuchar la conversación, y quedarme de piedra ante las propuestas que el paciente le hacía el estomatólogo. Quizás no estuvieran desacertadas sus sugerencias, pero resultaba insólito el irrespeto hacia la capacidad del galeno. Tal vez el profesional de la Salud pudiera haber pensado qué hacía aquel “dechado de sabiduría” en su consulta; suponer algo así como “él quiere que lo cure, pero me considera un inepto”, o en su perplejidad ante tanta igno/arrogancia, esperar a que le solicitara una transfusión de sangre para el dolor de muelas.

Es una muestra de cómo los cubanos (¿o los humanos?) seguimos pensando, y convencidos, además, de que nos las sabemos todas. Conocemos de medicina, de pelota, política, economía, leyes, religión, arte, sociología, semiótica, filosofía, ¡epistemología! ...y también de periodismo.

Lo peor es que casi siempre creemos tener la razón, mientras pasamos por encima de las razones que tienen los expertos para obrar de una manera u otra, según su competencia. Imagine que cualquier “iluminado” de tal naturaleza trate de orientarle a un ingeniero civil cómo levantar un puente o a un astronauta el modo de bojear la luna.

Quien suscribe solo podrá ilustrar experiencias en lo concerniente a la prensa, y le sobran ejemplos para demostrar que en esta ínsula, la mayoría está convencida de tener algo de periodistas. Durante décadas en el ejercicio pude haber anotado cada una de las “orientaciones” provenientes de los colegas empíricos; algunas con sustento; otras salpicadas de dudosas intenciones y con más dobleces que un abanico de papel; las demás centradas en el concepto de que el periodismo es el azote de la sociedad y casi la totalidad (conciente o inconcientemente) indicando SOBRE QUÉ y CÓMO debe escribir un periodista, en postura irrespetuosa hacia la profesionalidad, la capacidad intelectual, el discernimiento para elegir el modo de ejercer su oficio.

“Y…¿ porqué no escribes que Tal establecimiento lleva 10 minutos de retraso en abrir, a ver…? Mi tolerancia (también mi paciencia y la costumbre de escuchar lo mismo de lo mismo) me impidió responderle con preguntas, como por ejemplo, si estaba convencido (a) de que el “mega acontecimiento” en cuestión pudiera interesarle a la prensa; si ya agotó los caminos con el administrador del centro, la dirección del sector al cual pertenece y otros canales para encontrar una respuesta o una solución al asunto. Y… ¿por qué no dices que…? Y… ¿por qué no comentas sobre…?. ¿A que no te atreves a contar ahí…? O también: “ponle un título así grande donde se lea… “

Todavía peor es la insistencia de: “ven y mira esto para que lo ‘saques’ en ‘TU’” periódico. Tal vez no sean capaces de pensar siquiera, que puedo estar faltando a la ética si me introduzco donde no debiera; pero tampoco lo haría porque no me motiva el tema; no me interesa; no clasifica como oportuno; lo considero un reverendo disparate; no se ajusta a la línea editorial de “MI” periódico,…Hay muchas razones más que el preguntador/ sugerente debiera plantearse, y se las voy a dejar como tarea.

Personalmente, prefiero ciertos temas, y dentro de ellos abordo, trato y planteo los que yo quiera. Nadie me ha obligado nunca a escribir lo que no deseo; aunque haya algunos que lo pongan en duda. La ignorancia sobre la prensa cubana e internacional no es patrimonio exclusivo de unos cuantos, abunda bastante por ahí.

Todo lo anterior para llegar a este punto: A quienes me cuestionan con insistente insistencia el motivo por el cual no critico la telenovela cubana que pasan en la actualidad, les debo una respuesta sencilla: no estoy en condiciones de lastimar mis neuronas. Santa María del Porvenir, estaría llena de buenas intenciones cuando fue concebida, pero acerca de ella nadie verá una letra de mi parte. De soslayo, puedo aclarar que tampoco lo haría con la puesta argentina de las tres de la tarde (cruelmente retransmitida a las once de la noche) e ideada para cerebros de un solo carril.

Hace unos meses y cuando aún estaba por concluir, ejercí mi criterio sobre Passione, aquella telenovela brasileña antecesora de la actual, cuyo título (el de mi comentario) hacía referencia a bostezos y vergüenzas…, y después de verla completa ratifico la opinión de entonces. Válida, pues, para los abarcadores e iluminados todos, una conocida sentencia: “Zapatero, a tus zapatos”, o esta otra, perteneciente a una canción infantil antigua y casi desconocida ya: “Antón, Antón pirulero, cada uno entiende su juego…”.

domingo, 24 de febrero de 2013

Atrincherarse

Le escuché el término a una estimadísima colega hace unos años, y quedé convencida de que constituye una metáfora más sensorial que literaria, y enuncia en sí misma un concepto, un modo de asumir la realidad, una filosofía de vida. El súmmum de lo ilustrativo.

Atrincherarse, figurativamente hablando, no es tanto defenderse de algo o alguien; tampoco esa zanja defensiva que permite disparar a cubierto del enemigo. Es permanecer en un estado de terquedad impenetrable imposible de variar ni con las más acendradas y fundamentadas razones acerca de una idea, opinión, juicio o creencia preconcebidos de antemano.

Una sola palabra, o para ser más puntuales, “ese verbo reflexivo”, puede definir cómo alguien es capaz de plantar bandera a como dé lugar sin escuchar argumentos; despreciar la lógica, el raciocinio y sobre todo, el entendimiento. Es persistir y regodearse en el error a pesar de lo obvio, y desde esa posición armarse hasta los dientes de tozudez a ultranza y disparar en redondo con calibre grueso y en cualquier dirección.

Los atrincherados tienen un temperamento común que en ocasiones no es explícito, pero se intuye que detrás de sus máscaras (todos los humanos de alguna manera las llevamos) hay escondida una bazuka presta a vomitar fuego: “Yo siempre tengo la razón y nunca estoy equivocado”; “Ni se te ocurra tratar de convencerme de lo contrario”; “No malgastes saliva, pues mi criterio es el que vale”; “ Si estás creyendo que sabes más que yo, te voy a demostrar lo contrario y te vas a quedar en esa…”

Intentar un acuerdo, es poco menos que un acto de lesa ofensa para quienes detrás del hoyo empedrado e imaginario donde se encuentran agazapados y armados hasta el pelo, esperan a la defensiva la aparición de una reflexión juiciosa, cuando esta última no es coincidente con las suyas. Si el atrincherado tiene ciertas ventajas sobre el adversario, no hay ni que enfrentarlo, mucho menos convencerlo; el primero vencerá sin que medie más que una mirada con la cual podrá expresar sin palabras: “!si-len-cio!”.

Hasta los niños se atrincheran; pero a ellos, faltos de experiencia, y muchos cargados de abundantes dosis de malacrianza y otras lindezas, pueden hasta quedarles graciosas ciertas posturas de terquedad defensivo/vanidosas. A los ancianos, por su parte, no queda otra que perdonarles tales actitudes, aun cuando el campo de batalla sea una cola, donde algunos son expertos en el enredo para sacar provecho de la situación. Los años vividos, con sus dulces y sus amargos, les otorgan esa prerrogativa, y nada mejor que “hacerse de la vista gorda” con ellos.

Pero al resto, poco los justifica. Son responsables del deterioro de las relaciones humanas; de variar la opinión respecto a su persona cuando los descubrimos detrás de una trinchera de obstinación injustificada. Entorpecen el entendimiento, dejan de fluir las comprensiones, se interrumpe el diálogo que mueve a la perfección y el progreso.

Son el conocimiento, el crecimiento humano, el desarrollo, el intelecto, la inteligencia y el raciocinio los mayores perdedores en esta batalla, o mejor, quienes se empeñan en cerrarles el paso a lo evidente. No vale para este tipo de pose la frase martiana de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, porque no hay que ser un genio para percatarse de que no se trata de las mismas trincheras. Las del Apóstol, las de los humanos con juicio, madurez sicológica y emocional, están del lado opuesto.

Resulta casi un desafío atrevernos a ser sabios y sumergirnos en las trincheras filosóficas del más universal de los cubanos; a deponer armas inútiles; asumir el diálogo con inteligencia y situarnos del lado de los grandes de pensamiento y sentimiento, apegados a quienes fundan y crean, seducidos por la certeza de que abrir la mente a la tolerancia no menoscaba la dignidad, sino abre espacio a la sabiduría, la experiencia, el ennoblecimiento, la generosidad y la riqueza de espíritu. .