sábado, 3 de marzo de 2012

Se queda en el aula la educadora eterna

De no haber partido este 29 de febrero, bondadosa y humilde, como  transcurrió su vida, quienes la conocimos pudiéramos concederle sin temores el atributo de la educadora eterna.
Más de siete décadas ante las aulas, sin otro interés que no fuera el gusto más puro por enseñar, resultan suficientes para ganar ese título que le otorgaron al unísono varias generaciones de cienfuegueros, a quienes entrenó en el arte de las letras y los números.
Gladys Adelaida Bradley Ballina nació en 1922 con el talento y la vocación de maestra ungida de rigor ignaciano, sonrisa inagotable y paciencia a toda prueba. Desconocía el enojo frente el alumnado, tal vez por el hecho de que los "muchachos me hacen vivir", como comentó en cierta conversación o porque le fascinaba su oficio de hacedora de gentes, y a su modesto decir, no sabía otra cosa que dar clases.
Fue el 1ro. de octubre de 1940 cuando recibió la prueba de fuego como pedagoga pertinaz, y en 1988 creyó que había llegado la hora del retiro. Pero la casa le quedaba grande, ansiaba el bullicio escolar como vitamina para el espíritu y le rejuvenecía saberse útil otra vez. Por eso acudió al llamado de reintegrar a los educadores jubilados a la Enseñanza Primaria, y allá fue, con la emoción del principiante y el júbilo de quien comienza de nuevo.
El trayecto desde su casa hacia la Escuela Primaria Guerrillero Heroico, de Cienfuegos, adivinaba su presencia en cada paso, día tras día, de ida y de vuelta, bajo el calor más tórrido, el benévolo frío caribeño o la lluvia, que recibía caminando despacio, sin sombrillas u otro artilugio protector.
Descubrí que prefería el olor de los materiales escolares a las flores, cuando con la naturalidad que otorga la sabiduría misma, hablaba un poco en broma y otro en serio,  sobre la posibilidad de abandonar el mundo de los vivos en cualquier oportunidad: "Cuando me muera, quisiera una libreta y un lápiz sobre mi ataúd".
De modo que no habrá tristeza por una partida que se nos antoja irreal, ni obituarios que abarquen toda su nobleza, ni despedida capaz de borrar su imagen entre quienes la conocimos y la conocerán en lo adelante.


Seguirá Gladys ahí, tras una nube de anécdotas inolvidables, en cada aula, andando y desandando el camino entre el hogar y la escuela, como la educadora eterna.