lunes, 11 de agosto de 2014

Arquitectos de la personalidad ajena


“Hay un sentido universal que descansa como armonía bajo cada diferencia”.
Manuel Mendive


Por: Emma Sofía Morales

Con la mejor de las intenciones, (o no tan mejores) por las buenas, a veces, y con frecuencia por las malas, abundan quienes se empeñan en imponer al resto sus patrones de conducta, credo, pensamiento, desempeño, comportamiento, modo de actuar; pautas estrictamente personales, tomadas como verdades absolutas y absolutamente correctas. Poseen sus propias leyes y pretenden sembrárselas por la fuerza y sin método al “diferente”, porque “así es como debe ser”.

En tiempos de tolerancias y reivindicaciones a la diversidad, el respeto a la individualidad sigue como asignatura suspensa y sin el menor atisbo de mejorar en el entorno de las relaciones interpersonales. Ya escribí algo parecido en otra oportunidad, pero percibo cómo todo aquello adquirió forma gaseosa. Tómese este nuevo intento, como una especie de (re)catarsis, que es a la vez, una voz dentro de un coro que clama por lo mismo, y en última instancia, como un grito de auxilio.
Hasta donde alcanza mi poder de observación —y sin pretensiones de convertir este comentario en un análisis científico— la intrusión en la forma de ser y del temperamento ajeno no parece clasificar dentro del respeto a la diversidad, la cual ya superó cuestiones como el tratamiento a la discapacidad, la desigualdad de género y otras de larga data y arraigo como la discriminación religiosa, racial o sexual, vistas ya (aunque aún insuficiente) desde la aprobación/aceptación, a la forma de ser “del otro” en el entramado de la sociedad.

Lamento el esfuerzo de especialistas, estudiosos y excavadores del comportamiento humano, enfocado en el contexto social, judicial y de salud. Advierto, cómo investigaciones y tratados sobre el tema puestos en la mira de consagrados científicos se quedan en la nada…, nada de aplicarse como ha de ser. Me cuestiono dónde quedó aquella elemental caracterización psicológica de los tipos de caracteres que por tanto tiempo manejaron terapeutas, psicopedagogos y otros interesados en la conducta: a saber: flemático, sanguíneo, colérico, melancólico.

Porque la diferencia también pasa por la personalidad, que genética o adquirida, viene con el individuo o se arraiga por diversas razones. El respeto a ese espacio debería incorporarse como norma elemental de convivencia, de comportamiento propio del ser social civilizado.

Por fortuna para muchos, pasaron a mejor vida las falsas unanimidades, no obstante, las intenciones de uniformar y hasta masificar el carácter todavía están ahí: en la casa, el barrio, la escuela, el trabajo, en cualquier acción interactiva. Si todos tuviéramos la vocación para el arte, la ciencia no tendría discípulos, si todos prefirieran las matemáticas, las humanidades serían materia ociosa, si todos fuéramos extrovertidos, el entorno se volvería un caos, si no existieran los polos negativo y positivo, la física perdería una de sus teorías más interesantes; si nos comportáramos de igual manera, en el mejor de los casos, el mundo sería aburridísimo.

Para el eminente científico Albert Einstein —a quien por mucho tiempo consideraron subnormal por su aura silenciosa y tímida— “todo el mundo es un genio; pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar un árbol, pasará el resto de su vida creyendo que es un idiota”.

Si “el diferente” se rige por las normas que dicta la razón, el entendimiento, las leyes jurídicas y de convivencia siente agredido e invadido su espacio por quienes se empeñan en tornarlo de otra manera. “Déjame tal como soy”, parece clamar el asediado por reformadores empíricos de personalidades diferentes a las suyas, inexplicándose por qué pretenden convertirlo en “otro(a)” sin que “el otro (a)” acepte su diferencia.

El maltrato psicológico, con todo lo que este acarrea de humillaciones, menosprecio y sufrimiento —infringido consciente o inconscientemente—; el acoso y hasta la crueldad, abrigan sutilezas entre los arquitectos y organizadores de la conducta ajena. Solo basta arrancarles el disfraz.