Cuando se apodera del escenario y emite la
primera nota, Ivette Cepeda deja al auditorio suspendido en el espacio; unifica
las edades, se vale de una habilidad indescifrable para encontrar un
denominador común y expandir una inteligencia musical reservada solo para
figuras que ya sobrepasan la leyenda.
No existe género popular que se resista a su
voz de timbre insólito, amplio registro, potente y clara, que sabe mezclar con
una proyección escénica emotiva y sin artificios.
Experta en la fusión de ritmos de cualquier
latitud, volvió este domingo al teatro Tomás Terry de Cienfuegos, y a los cienfuegueros
que saben encontrar dónde está lo bueno. El Festival Boleros de Oro abrió un
espacio para este concierto, que, no sin nostalgia, ahondó en la prevalencia de
su espíritu.
Acompañada por el grupo Reflexión, sobrepasó la emotividad de la bolerística más
auténtica en piezas del repertorio clásico de ese género, con una tesitura
pulida y abundante en matices, que maneja a su antojo sin el más mínimo recato.
Lució maestría en piezas clásicas de Martha
Valdés, Bola de Nieve, Juan Formell, entre otros, y ese himno obligado en cada
concierto y devenido indispensable en su voz, al que Orlando Vistel titulara Si
yo hubiera sabido; en tanto se desdobló experta en rescatar y a la vez concretar
el embrujo perdido del intérprete dentro del panorama de la música cubana.
Ivette Cepeda tiene boleto seguro para
invocar lo emotivo, deslumbrar al
auditorio y arrastrarlo a una trampa salvadora de la que no se sale después de
haberla escuchado. Es este un motivo suficiente para que no le quede otro
remedio que regresar a Cienfuegos, una y otra vez, para hechizar a quien le
escucha con la habilidad con que
desparrama su torrente vocal y una clase congénita, difícil de imitar en los
tiempos que corren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario