miércoles, 16 de julio de 2014

Una trampa que salva



  Cuando se apodera del escenario y emite la primera nota, Ivette Cepeda deja al auditorio suspendido en el espacio; unifica las edades, se vale de una habilidad indescifrable para encontrar un denominador común y expandir una inteligencia musical reservada solo para figuras que ya sobrepasan la leyenda.
  No existe género popular que se resista a su voz de timbre insólito, amplio registro, potente y clara, que sabe mezclar con una proyección escénica emotiva y sin artificios.    
  Experta en la fusión de ritmos de cualquier latitud, volvió este domingo al teatro Tomás Terry de Cienfuegos, y a los cienfuegueros que saben encontrar dónde está lo bueno. El Festival Boleros de Oro abrió un espacio para este concierto, que, no sin nostalgia, ahondó en la prevalencia de su espíritu.
  Acompañada por el grupo Reflexión,  sobrepasó la emotividad de la bolerística más auténtica en piezas del repertorio clásico de ese género, con una tesitura pulida y abundante en matices, que maneja a su antojo sin el más mínimo recato.
  Lució maestría en piezas clásicas de Martha Valdés, Bola de Nieve, Juan Formell, entre otros, y ese himno obligado en cada concierto y devenido indispensable en su voz, al que Orlando Vistel titulara Si yo hubiera sabido; en tanto se desdobló experta en rescatar y a la vez concretar el embrujo perdido del intérprete dentro del panorama de la música cubana.
  Ivette Cepeda tiene boleto seguro para invocar  lo emotivo, deslumbrar al auditorio y arrastrarlo a una trampa salvadora de la que no se sale después de haberla escuchado. Es este un motivo suficiente para que no le quede otro remedio que regresar a Cienfuegos, una y otra vez, para hechizar a quien le escucha con la  habilidad con que desparrama su torrente vocal y una clase congénita, difícil de imitar en los tiempos que corren.

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