martes, 20 de agosto de 2013

Toledo, desde lo afectivo

Imagen recurrente aquella, rodeada del humo de un cigarro con aroma a tabaco rubio y la mirada sabe Dios dónde, como buscando respuestas a una eterna maraña filosófica la de este hombre parsimonioso y de escasas palabras.
Gabriel Toledo Toledo terminó sus días este 18 de agosto tras siete décadas de paso por la vida y haber sido reconocido por sus colegas de la prensa como un camarógrafo fundacional.
Quien lo vio activo en sus últimos tiempos con una moderna cámara al hombro al acecho de la noticia, tal vez no lo imaginó con aquel artefacto primitivo y obsoleto ya, con que comenzara a gatear por el mundo de la imagen: una camarita para películas de 16 milímetros, ahora propia de un museo, con la cual filmara acontecimientos gigantes.
Prueba de fuego, literalmente hablando, y tal vez la de mayor aspereza, resultó su ejercicio como corresponsal de guerra cuando Angola ardía en uno de sus más tórridas circunstancias. Mientras en pleno combate las armas escupían metralla, filmaba imágenes para la posteridad y se preguntaba si habría otra oportunidad para salir con vida, Rina, la esposa, disimulaba la angustia y Yumara crecía en su vientre.
Solo quienes lo conocimos de cerca y a fuerza de preguntas provocadoras amparadas tras la familiaridad y el afecto de tantos años de lidiar juntos con el oficio del periodismo fuimos capaces de saber lo que escondía el hombre, casi un artífice de la modestia enmascarada en apariencia enigmática.
Por eso no estoy en capacidad de detallar su paso por la Lucha Contra Bandidos cuando apenas se le escapaba la niñez, las jornadas de vigilia en cada trillo del Escambray; el anecdotario que acumuló como trabajador de la televisión, el racimo de condecoraciones que ganó silenciosamente en su andar por esa existencia abundante de aconteceres, su magisterio en el tratamiento de la imagen, el talento para armar versos en décima para rendirle honores a su origen campesino... cuánto más, no sabría añadir.
Seguro no se avergonzaría o me perdonaría se falto a su deseo, si hago público que cuando restaban poco minutos para que el oxígeno no diera remedio a sus maltrechos pulmones y presintiera en final, pidió a Rina que lo levantara, lo sentara frente a las puertas abiertas del balcón y pidiera al cielo que se terminaran las guerras y la maldad del mundo.
Toledo merece otra mirada; una mirada desde lo objetivo y no solo una crónica (esta crónica) de alguien a quien se le escurrió el oficio para escribir desde lo afectivo a riesgo de ser incomprendida y tachada de olvidadiza. Pero no me queda de otra Toledo, aquí va mi crónica, desde el sentimiento todo, y lamentando no ser poeta para evocarte en imágenes

lunes, 25 de febrero de 2013

Los cubanos dicen…

El uso de los llamados “dichos” o “dicharachos”, dentro del lenguaje forma parte de la comunicación entre los seres humanos. Los cubanos no están ajenos a tal fenómeno y pudieran aportar todo un tratado en la materia. No importa dónde estén, cuál sea su procedencia, formación académica, cultura o estrato social. Pudiera considerarse como una característica inherente a la nacionalidad, de fuerte arraigo en el habla popular, y de alguna manera constituye algo así como un gen común cuando del idioma se trata.


Aun cuando estas herramientas idiomáticas no estén presentes permanentemente durante una conversación entre personas nacidas en la isla caribeña, existe algún momento en el cual hacen su aparición por cualquier motivo. Casi siempre son simpáticos y detrás de ellos existe una historia que los sustenta y justifica. Aquí van algunos de ellos, bastante extendidos y que la generalidad entendería como aparece consignado entre paréntesis:


Es calcañal de indígena. Camina con los codos. (Es tacaño)

Dale pirey (Bótalo, dile que se vaya, elimínalo)

Eres más rollo que película (Eres tremendo alardoso)

Saca el cloche y desembucha (Déjate de rodeos, concreta y habla).

Es mala chicha. (Es mala persona)

Hoy tiene el moño virado. (Está de mal humor)

Es novenero (a). Lo mismo apunta que banquea (Es bisexual)

Cantó el manisero. (Se murió)

Le cayó comején al piano. (La situación se puso mala por cualquier motivo)

Está quimba’o. (Está demente, enloqueció)

Empina el codo: (Es adicto al alcohol)

Tiene tremendo desamparo textil . (Está escaso de ropa)

Se da lija. (Se cree importante)

Es bambollero . (Presume de lo que no tiene)

Se hace el largo. (Se demora en cumplir con algo o alguien)

Metió la pata (Se equivocó)

Se mantuvo en sus 13 ( Permaneció intransigente)

Estar en la fuácata. Estar bruja (carecer de dinero.


Hay más, por supuesto, y las condiciones propias de la vida, el desarrollo tecnológico, otros avances y circunstancias, aportan lo suyo en este fenómeno sobre el cual seguiremos tratando.



Una transfusión de sangre para el dolor de muelas

No pude evitar escuchar la conversación, y quedarme de piedra ante las propuestas que el paciente le hacía el estomatólogo. Quizás no estuvieran desacertadas sus sugerencias, pero resultaba insólito el irrespeto hacia la capacidad del galeno. Tal vez el profesional de la Salud pudiera haber pensado qué hacía aquel “dechado de sabiduría” en su consulta; suponer algo así como “él quiere que lo cure, pero me considera un inepto”, o en su perplejidad ante tanta igno/arrogancia, esperar a que le solicitara una transfusión de sangre para el dolor de muelas.

Es una muestra de cómo los cubanos (¿o los humanos?) seguimos pensando, y convencidos, además, de que nos las sabemos todas. Conocemos de medicina, de pelota, política, economía, leyes, religión, arte, sociología, semiótica, filosofía, ¡epistemología! ...y también de periodismo.

Lo peor es que casi siempre creemos tener la razón, mientras pasamos por encima de las razones que tienen los expertos para obrar de una manera u otra, según su competencia. Imagine que cualquier “iluminado” de tal naturaleza trate de orientarle a un ingeniero civil cómo levantar un puente o a un astronauta el modo de bojear la luna.

Quien suscribe solo podrá ilustrar experiencias en lo concerniente a la prensa, y le sobran ejemplos para demostrar que en esta ínsula, la mayoría está convencida de tener algo de periodistas. Durante décadas en el ejercicio pude haber anotado cada una de las “orientaciones” provenientes de los colegas empíricos; algunas con sustento; otras salpicadas de dudosas intenciones y con más dobleces que un abanico de papel; las demás centradas en el concepto de que el periodismo es el azote de la sociedad y casi la totalidad (conciente o inconcientemente) indicando SOBRE QUÉ y CÓMO debe escribir un periodista, en postura irrespetuosa hacia la profesionalidad, la capacidad intelectual, el discernimiento para elegir el modo de ejercer su oficio.

“Y…¿ porqué no escribes que Tal establecimiento lleva 10 minutos de retraso en abrir, a ver…? Mi tolerancia (también mi paciencia y la costumbre de escuchar lo mismo de lo mismo) me impidió responderle con preguntas, como por ejemplo, si estaba convencido (a) de que el “mega acontecimiento” en cuestión pudiera interesarle a la prensa; si ya agotó los caminos con el administrador del centro, la dirección del sector al cual pertenece y otros canales para encontrar una respuesta o una solución al asunto. Y… ¿por qué no dices que…? Y… ¿por qué no comentas sobre…?. ¿A que no te atreves a contar ahí…? O también: “ponle un título así grande donde se lea… “

Todavía peor es la insistencia de: “ven y mira esto para que lo ‘saques’ en ‘TU’” periódico. Tal vez no sean capaces de pensar siquiera, que puedo estar faltando a la ética si me introduzco donde no debiera; pero tampoco lo haría porque no me motiva el tema; no me interesa; no clasifica como oportuno; lo considero un reverendo disparate; no se ajusta a la línea editorial de “MI” periódico,…Hay muchas razones más que el preguntador/ sugerente debiera plantearse, y se las voy a dejar como tarea.

Personalmente, prefiero ciertos temas, y dentro de ellos abordo, trato y planteo los que yo quiera. Nadie me ha obligado nunca a escribir lo que no deseo; aunque haya algunos que lo pongan en duda. La ignorancia sobre la prensa cubana e internacional no es patrimonio exclusivo de unos cuantos, abunda bastante por ahí.

Todo lo anterior para llegar a este punto: A quienes me cuestionan con insistente insistencia el motivo por el cual no critico la telenovela cubana que pasan en la actualidad, les debo una respuesta sencilla: no estoy en condiciones de lastimar mis neuronas. Santa María del Porvenir, estaría llena de buenas intenciones cuando fue concebida, pero acerca de ella nadie verá una letra de mi parte. De soslayo, puedo aclarar que tampoco lo haría con la puesta argentina de las tres de la tarde (cruelmente retransmitida a las once de la noche) e ideada para cerebros de un solo carril.

Hace unos meses y cuando aún estaba por concluir, ejercí mi criterio sobre Passione, aquella telenovela brasileña antecesora de la actual, cuyo título (el de mi comentario) hacía referencia a bostezos y vergüenzas…, y después de verla completa ratifico la opinión de entonces. Válida, pues, para los abarcadores e iluminados todos, una conocida sentencia: “Zapatero, a tus zapatos”, o esta otra, perteneciente a una canción infantil antigua y casi desconocida ya: “Antón, Antón pirulero, cada uno entiende su juego…”.

domingo, 24 de febrero de 2013

Atrincherarse

Le escuché el término a una estimadísima colega hace unos años, y quedé convencida de que constituye una metáfora más sensorial que literaria, y enuncia en sí misma un concepto, un modo de asumir la realidad, una filosofía de vida. El súmmum de lo ilustrativo.

Atrincherarse, figurativamente hablando, no es tanto defenderse de algo o alguien; tampoco esa zanja defensiva que permite disparar a cubierto del enemigo. Es permanecer en un estado de terquedad impenetrable imposible de variar ni con las más acendradas y fundamentadas razones acerca de una idea, opinión, juicio o creencia preconcebidos de antemano.

Una sola palabra, o para ser más puntuales, “ese verbo reflexivo”, puede definir cómo alguien es capaz de plantar bandera a como dé lugar sin escuchar argumentos; despreciar la lógica, el raciocinio y sobre todo, el entendimiento. Es persistir y regodearse en el error a pesar de lo obvio, y desde esa posición armarse hasta los dientes de tozudez a ultranza y disparar en redondo con calibre grueso y en cualquier dirección.

Los atrincherados tienen un temperamento común que en ocasiones no es explícito, pero se intuye que detrás de sus máscaras (todos los humanos de alguna manera las llevamos) hay escondida una bazuka presta a vomitar fuego: “Yo siempre tengo la razón y nunca estoy equivocado”; “Ni se te ocurra tratar de convencerme de lo contrario”; “No malgastes saliva, pues mi criterio es el que vale”; “ Si estás creyendo que sabes más que yo, te voy a demostrar lo contrario y te vas a quedar en esa…”

Intentar un acuerdo, es poco menos que un acto de lesa ofensa para quienes detrás del hoyo empedrado e imaginario donde se encuentran agazapados y armados hasta el pelo, esperan a la defensiva la aparición de una reflexión juiciosa, cuando esta última no es coincidente con las suyas. Si el atrincherado tiene ciertas ventajas sobre el adversario, no hay ni que enfrentarlo, mucho menos convencerlo; el primero vencerá sin que medie más que una mirada con la cual podrá expresar sin palabras: “!si-len-cio!”.

Hasta los niños se atrincheran; pero a ellos, faltos de experiencia, y muchos cargados de abundantes dosis de malacrianza y otras lindezas, pueden hasta quedarles graciosas ciertas posturas de terquedad defensivo/vanidosas. A los ancianos, por su parte, no queda otra que perdonarles tales actitudes, aun cuando el campo de batalla sea una cola, donde algunos son expertos en el enredo para sacar provecho de la situación. Los años vividos, con sus dulces y sus amargos, les otorgan esa prerrogativa, y nada mejor que “hacerse de la vista gorda” con ellos.

Pero al resto, poco los justifica. Son responsables del deterioro de las relaciones humanas; de variar la opinión respecto a su persona cuando los descubrimos detrás de una trinchera de obstinación injustificada. Entorpecen el entendimiento, dejan de fluir las comprensiones, se interrumpe el diálogo que mueve a la perfección y el progreso.

Son el conocimiento, el crecimiento humano, el desarrollo, el intelecto, la inteligencia y el raciocinio los mayores perdedores en esta batalla, o mejor, quienes se empeñan en cerrarles el paso a lo evidente. No vale para este tipo de pose la frase martiana de que “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, porque no hay que ser un genio para percatarse de que no se trata de las mismas trincheras. Las del Apóstol, las de los humanos con juicio, madurez sicológica y emocional, están del lado opuesto.

Resulta casi un desafío atrevernos a ser sabios y sumergirnos en las trincheras filosóficas del más universal de los cubanos; a deponer armas inútiles; asumir el diálogo con inteligencia y situarnos del lado de los grandes de pensamiento y sentimiento, apegados a quienes fundan y crean, seducidos por la certeza de que abrir la mente a la tolerancia no menoscaba la dignidad, sino abre espacio a la sabiduría, la experiencia, el ennoblecimiento, la generosidad y la riqueza de espíritu. .