sábado, 14 de marzo de 2009

Irán Millán Cuétara. La ciudad te sabe de memoria.



Desde el bautizo fundacional a la vera de una majagua las peripecias de lo que fuera la colonia Fernandina de Jagua y hoy es la ciudad de Cienfuegos, validan la esencia de la cienfuegueridad con un sentido casi mítico y una devoción sin límites.

Para discernir si en ello hay o no secretos, si es o no un misterio, cada quien deberá acudir a su propia pericia para desentrañar la cábala. No hay cienfueguero que no tenga la suya, más o menos compleja, más o menos sentimental, desde lo sensitivo o lo esencial, pero la de Irán Millán Cuétara aporta razones que no admiten discusión.

De amores sin retorno

Estar impúdicamente enamorado de esta sureña urbe es su argumento más contundente; y contra el amor no existen obstáculos ni reparos.

“La ciudad es mi novia”, alega sin dobleces, y a quienes conocen de sus desvelos por ella, no les cabe dudas de que es un amante seducido por encantos pequeños y gigantes, celoso y espléndido, tanto, que acabó desnudando todos sus valores para darle como regalo a su Centro Histórico la condición de Patrimonio Cultural de la Humanidad.

De los afectos

“Cienfuegos es la casa grande en la que se da cita lo mejor de cada uno de sus habitantes, quienes tienen el privilegio de vivirla y sentirla. Es el pretexto donde convergen el afán de su gente por el mejoramiento humano”, sentencia sin titubeos, mientras desde un quicio cualquiera, como un cienfueguero cualquiera trata de sostener al unísono la palabra con que responde a mis preguntas y el cuidado de Adriana, su primera nieta.

“Esta es una ciudad excepcional, única en el mundo”.

Del arraigo

“Aquí se ratifica una personalidad y un fuerte sentido de pertenencia, donde ser cubano es un orgullo, pero ser cienfueguero es todo un privilegio”.

No es precisamente su condición de Conservador lo que le otorga ese sentimiento. Hay algo en ese hombre de intangible y hasta inextricable que sin hablar, dice a gritos cuánto reverencia a la Perla. Y aunque alguna vez dijo sentirse Quijote sobre Rocinante para defenderla, su figura está más apegada a raíces cercanas, a la cosmogonía y las tradiciones de este sureño paraje. No es necesario ser demasiado observador para darse cuenta de que lleva en sí la traza legendaria de haber podido tener la estirpe uno de los descendientes de Hamao y Guanaroca, amante adolescente de Marilope, cómplice del silencio de Azurina, consejero prudente de Aycayía, guerrero junto a Ornoya, el héroe de Jagua.

Del azul y del mar

Azul, el color con que la leyenda nombró a la dama fantasma que recorre en noches de luna llena las almenas de la fortaleza de nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, es uno de sus preferidos. ¿Cuánto de sortilegio y seducción corresponderá a la bahía con su celeste inalterable detenido en el tiempo en esta preferencia cromática? ¿Se lo habrá cuestionado él? Puede que ni siquiera se lo haya planteado, pero en cuanto a la entrañable rada, las cosas son bien diferentes, porque está convencido de todo lo que aporta esa extensión calma y salada al encanto urbanístico de la ciudad. “El vínculo de la urbe con el mar es un elemento identitario de Cienfuegos… ese abrazo de la ciudad y su entorno con el mar”.

De las intimidades

No importa si es oriundo o no de estos predios, porque si nació lejos de aquí fue por mera casualidad. Irán Millán estaba predestinado a echar sus raíces en este pedazo cubano y si alguien tiene alguna otra opinión deberá fundamentarla a fuerza de pasiones, no de hechos. “Yo bebí agua de los cuatro ríos que desembocan en la bahía, tal vez ahí esté el secreto de todo, por que ésa, es agua bendita”.

…¿te molestaría que alguien te preguntara si te parieron debajo de un árbol de jagua?

“No ocurrió así…, pero me hubiera encantado, para estar más vinculado a las raíces de esta bella tierra”.

Las calles de Cienfuegos conocen sus pasos de memoria, saben de los zapatos que lleva; si de tanto andarlas, ellas mismas pulieron sus suelas; si preocupaciones o dolores añadieron pesadez a su cuerpo; si la felicidad lo volvió más ligero o la tensión de una jornada de trabajo lo regresa a casa cansado, pero feliz, mientras que la ciudad toda, de casi 190 años, reconoce su sombra en las paredes, la percibe como una caricia y la disfruta, porque él la recorre sin prisas y se complace en sus olores en un acto de amor recíproco desde siempre.

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