viernes, 12 de diciembre de 2008

Periodismo cultural, más allá de la crónica, la inmersión necesaria.

Llevado y traído por conocedores y neófitos, el llamado periodismo cultural está hoy más que nunca en la mira de especialistas y lectores como resultado del aliento recibido por conceptos novedosos, que ubican a la cultura en un lugar preponderante dentro de la sociedad cubana actual.

Si bien algunos pudieran alegar la insuficiencia de esta vertiente dentro de la prensa cubana, con más o menos razón, es cierto que en los últimos años esta presencia con altas y bajas, ha ido ganando espacio a fuerza de empeños y reclamos bien merecidos, aun cuando resulta imprescindible trasponer las fronteras de lo meramente descriptivo, informativo o cercano a la crónica, para adentrarse en elementos de mayor contenido, pensamiento y elementos sustanciosos que añadan, aporten y toquen fondo a pie descalzo debajo de la epidermis donde subyacen la temeridad y la prudencia de criterios, análisis y un desempeño orientador y educativo
cada vez más abarcadores.

Tal vez más de 20 años en el ejercicio de la profesión y algo de oficio, (es mi caso) no sean suficientes para reseñar lo que distingue, caracteriza y también padece nuestro periodismo cultural. Por eso, y no por otra razón, me aventuro por este camino que de por sí escabroso, que merece un tratamiento amplio, bien difícil de recoger en un esbozo (este esbozo) a partir del cual pudieran suscitarse opiniones, criterios, diferencias, en fin...

Me alejo de cánones académicos y a partir de mi propia experiencia de dos décadas en este ejercicio, apunto algunas consideraciones, sin que pretenda con ello alzarme con la verdad absoluta.

Téngase en cuenta que me suscribo, únicamente, al periodismo cultural propio de los medios
de comunicación de mayor impacto en las masas y entre los que se encuentran la televisión, la radio, periódicos, revistas y semanarios, por sólo mencionar algunos, no así, a las publicaciones especializadas, dirigidas a un público más reducido y también especializado, y que por su importancia merece una exploración de otra naturaleza.

Existe a mi juicio un vertiente informativa dentro delgénero, importante e imprescindible por razones obvias, toda vez que en ella el lector encuentra el producto cultural de manera noticiosa y la cual no debe considerarse en modo alguno un intento menor.

Allí, en la noticia está el anuncio y también la memoria histórica del acontecimiento en sí, es la que invita y la que permanece. Ésta es, por tanto, necesaria e ineludible, aún cuando no aporte elementos suficientes de análisis.

Es bastante generalizado el hecho, de usar y hasta abusar en la actualidad de la crónica cultural, a la que algunos pudieran achacar cierto facilismo, falta de preparación por el periodista y hasta el bagaje necesario para profundizar en determinados temas.

Con honrosas excepciones, quienes escogen el tono cronicado pudieran parecer poco analíticos o profundos para permanecer cómodamente en la superficie, parapetados casi siempre tras una descripción de corte impresionista que no rebasa la categoría de narración.

¿Constituye el tratamiento de la crónica cultural un pecado?. En modo alguno. Es una herramienta más, un intento válido de comunicación, en el que la historia del periodismo recoge exponentes de excelencia entre los que sobresalen figuras como las de José Martí, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén o Mirta Aguirre, por solo mencionar algunos, quienes con un sustento eminentemente erudito, se apoyaron en la crónica para legarnos verdaderas joyas en el género.

Pero el periodismo cultural de todos los días precisa de algo más.

La carencia de un sentido verdaderamente crítico es más que un reclamo, un imperativo de los tiempos que corren.

Es bastante complejo este ejercicio, si se tiene en cuenta que el arte y la cultura se mueven dentro de un campo relativamente subjetivo, que puede encontrar en cada crítico y consumidor niveles de lectura diferentes.

La interpretación del arte y la cultura no es en modo alguno un ejercicio matemático, sino que se
mueve en un espacio más relativo, en el cual influyen y determinan, el nivel cultural de quien escribe y lee y desde luego, su formación estética.

El periodismo cultural de hoy adolece en gran medida del esfuerzo para juzgar el producto artístico, discernir sus méritos y defectos y a tono con las opiniones más generalizadas, debe contener no sólo vocación, sino también probidad, objetividad, cultura y gusto estético, además de desterrar defectos como el personalismo y la oscuridad en el lenguaje, entre otros aspectos.

Al erigirse puente entre la obra artística y quienes la aprecian, el crítico tiene la misión de explicar, clasificar, juzgar y sobre todas las cosas, comunicar, acercar al consumidor a esa obra.

Al criticar, formular, enjuiciar, apreciar, ponderar, o exponer defectos, el periodista ejerce no sólo una función informativa, sino también formativa y educativa.

Sin acogerse a tonos cercanos a la agresividad o la complacencia, la crítica debe ser lo más objetiva posible, evitar tedencias personalistas y ser valorada en toda su amplitud.

La crítica actual, debe , asimismo, devenir en un instrumento que aporte creatividad, sin embargo no todos estamos debidamente preparados para asumir una función que cada vez se torna más compleja y profunda en correspondencia con el nivel de educación y cultura de los cubanos.

Teniendo en cuenta estas razones, quien ejerce la crítica está en la obligación de atemperar su discurso y con ello su lenguaje, de acuerdo con las características del público a quien se dirige.

Igualmente nociva resulta una crítica insulsa y superficial como aquella, bastante en boga por cierto, que se torna tan compleja con el uso de códigos inaccesibles al lector medio que para su comprensión necesita de un tratado decodificador y explicativo aparte.

Dicho de otra manera, el periodista no tiene derecho ni siquiera a suponer que está escribiendo para tontos, a subvalorar a sus lectores o a desconfiar de la capacidad de análisis y discernimiento de sus recpetores.

El otro extremo puede acarrear males mayores.

Una crítica oscura, enrevesada,hermética, plagada de tecnicismos innecesarios, lo mismo puede quedar sin ser leída, que causar insatisfacciones, obstaculizar la comunicación y en el peor de los casos, poner a quien la concibió entre el ridículo y la burla de los lectores.

En no pocas ocasiones hemos escuchado la queja de: ¿qué quiso decir el periodista en toda esa palabrería conceptual?.

No sería ocioso recalcar aquí que para engrandecer el ejercicio del criterio tenemos que estar absolutamente capacitados para valorar, analizar, estudiar, orientar, divulgar, transmitir el mensaje...

Una cultura profunda, alejada de lo epidérmico, es imprescindible para esto y junto con ello ser dueños de un exquisito nivel de información.

Yo pondría a estas cualidades un toque de sensibilidad e imaginación (cuidado con la exageraciones), también de esfuerzo propio para superarse y mantenerse al día dentro del acontecer cultural universal.

Adolecemos en ocasiones de la valentía y la seguridad necesarias para señalar defectos y alejarnos definitivamente de una crítica complaciente cuando la realidad está pidiendo a gritos un poco de objetividad.

Sin embargo, no hay nada que justifique el hecho de que el crítico se sienta por encima de algo o de alguien. No podemos perder de vista que a la vez que enjuicia es al mismo tiempo enjuiciado, que son inseparables la excelencia, la profesionalidad y la ética.

Al crítico cultural le es prácticamente ineludible poseer un grado de especialización tal, que lo ponga en condiciones de abarcar todas las manifestaciones del arte y la cultura. No obstante, la especialización dentro de la especialización es todavía algo más cercano a la perfección. Al contar con un mayor dominio de determinada rama, el periodista no sólo gana ventaja, sino calidad en sus análisis.

Opino que es válida la recomendación de hacer un mayor uso de todos los géneros periodísticos dentro de la vertiente cultural. Nos falta acometividad en la entrevista y el reportaje culturales en función de la diversificación, en la búsqueda de un equilibrio que favorezca a críticos y lectores.

¿Qué nos queda?. El análisis individual y personal en torno a estas y otras cuestiones que aporten elementos para hacer más atractivo nuestro periodismo cultural.

Reconsiderar, cómo, quienes practicamos el género, podemos hacerlo cada vez más perfecto, con intencionlidad y la pericia necesarias para atrapar al lector.

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