domingo, 28 de noviembre de 2010

El disparate no es un estilo

Basta contar con un mínimo de raciocinio para darse cuenta que las leyes, normas, disposiciones, regulaciones y otros sinónimos que pudieran engrosar la lista, se hicieron para ser cumplidas. Las de la Real Academia de la Lengua, también. Hay quienes piensan lo contrario y dejan las que rigen el idioma al libre albedrío, o las consideran una suerte de hermanito bobo. Quiere esto decir en buen cubano, “hago lo que me da la gana”.
Traten esos mismos de violar lo establecido en el Código Penal, y ya verán lo que les espera. Claro, el riesgo no es el mismo, porque en este caso el infractor pudiera parar en Chirona, pero si de violar lo establecido por la RAE se trata, los transgresores no pasan de quedar como ignorantes, estúpidos o en el mejor de los casos, ridículos.
Las recientes regulaciones de la RAE en torno a la lengua han destapado la caja de Pandora y propiciado un revuelo que no merece. Desde que el Castellano es tal, se habla y escribe, ha ido evolucionando. De no ser así, aún nos comunicaríamos en el estilo del Arcipreste de Hita. Pudiera estar alguien o no de acuerdo con este o aquel cambio, pero la Academia es la que sigue dictando lo que ES y no ES. Lo demás ES pura porfía. De modo que si los sesudos de la real institución decidieron que guion no requiere tilde y usted se la pone, está cometiendo falta.
Es el uso el que impone la norma, siempre y cuando el hecho lo justifique, y la RAE terminará aceptándolo. Para ello cuenta con académicos y expertos que saben lo que se traen entre manos. Quienes se empeñan en ignorarlos o persisten en el invento lingüístico bajo desacertados pretextos estilísticos seguirán debatiéndose entre el desentendimiento y la burla.
Luis Sexto, Premio Nacional de Periodismo recomendaba en el último encuentro nacional de la crónica celebrado en Cienfuegos no rehuir un texto por no comprender lo expresado, “en vez de agradecer la posibilidad de regalarnos nuevos significados”, o de lo contrario, “todo estaría regido bajo signo de las 30 palabras (…) y entonces no habrá ni literatura, ni periodismo, ni crónica ni nada” Tiene toda la razón. Lo establecido, lo que existe, lo estipulado, aun cuando sea desconocido para el receptor es válido y quien muestre interés correrá a buscar significados para aumentar su bagaje; pero de ahí a lo otro, o sea, de lo incomprendido a lo impunemente inventado, va un trecho infinito.
En mi carrera como filóloga y periodista he encontrado lindezas dignas de un glosario, innovaciones merecedoras de un tratado humorístico, disparates miles en boca y pluma tanto de reconocidos como de neófitos. Lástima que la mayoría tengan voz en medios de comunicación y enarbolen el dislate en nombre de la cultura. Que me perdonen los aludidos, pero persevero en la máxima shakesperiana de que “el primer paso de la ignorancia es presumir de saber”. No es de extrañar entonces que al ver pisoteado el idioma me sienta una especie de Torquemada.
Aquí algunas de las joyitas más recientes. Le advierto que se puede enfadar con ellas o sorprenderse, y si en última instancia prefiere reírse, me busca y hacemos un coro: Ahí van tres lindezas: coberturar (se supone que sea brindar cobertura), epocalmente (de época, por supuesto) y experticidad ( aún estoy atónita ante esta maravilla que no me atrevo a comentar).
Prefiero padecer el síndrome de “las 30 palabras”, si éstas están convenientemente dichas, porque utilizadas como es debido lograrán su objetivo, pero cuando se impone el disparate ya cualquier cosa podría suceder y entonces no habrá ni siquiera comunicación, y volviendo a las reflexiones del profesor : “ ni literatura, ni periodismo, ni crónica, ni nada”.
Recurro de nuevo a la sapiencia de Luis Sexto cuando le aconsejó a alguien: “el disparate no es un estilo”. Definitivamente, los cántaros cuanto más vacíos, más ruido hacen.

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